28 deAgosto de 2008 TORTELLINI BOLOGNESANos despertamos temprano y el calor ya aprieta fuerte. Después de ir a la tienda del camping para tomar un nutritivo desayuno que nos de fuerzas para el último día, nos vamos a la piscina para hacer unos largos, donde como siempre, está el italiano octogenario que nada más abrir la piscina está en el agua. Con nuestras galas más veraniegas partimos hacia la ciudad. Una vez en la Pizza dil Popolo, cogemos un metro que nos llevará a visitar la Roma Antigua. Nos bajamos en el Circo Máximo. Un rápido vistazo a la explanada en la que pocas cosas quedan ya y continuamos hacia el Coliseo. Antes de llegar aparece ante nosotros el Arco de Constantino, a los pies del Coliseo. Hay una cola del demonio para entrar, pero gracias a nuestra Roma Pass no tardamos más de 5 minutos.
Decidimos empezar la visita por la zona superior. Mientras subimos las empinadas escaleras no puedo evitar pensar en cuantos ciudadanos se habrán caído en ellas. Esto en día de gladiadores tenía que ser un hervidero. El edificio es impresionante y no cuesta demasiado imaginárselo engalanado para un día de juegos. Desde uno de los balcones exteriores hay unas buenas vistas del Foro. Después de una hora recorriendo el Coliseo y viendo la exposición que albergaba, salimos a coger un bus que nos lleve de nuevo al centro. Nuestros siguiente objetivo es el Panteón. Una pregunta cualquiera de un examen de historia del arte.
De nuevo, como en el día anterior, nos remojamos en cada fuente que vemos a nuestro paso. Es casi mediodía y el calor da de lleno. Entramos en el Panteón, que para nuestra sorpresa, fue gratis; y vemos lo que esperábamos ver: la inmensa cúpula coronada por el tragaluz. Es lo único digno de reseña del edificio junto con la fachada principal. Aún así es un sitio de visita obligada. Una vez fuera asistimos a la enésima carrera de un policía italiano detrás de un mantero, con el mismo resultado que todas: el mantero corre más que el policía. Y nos tomamos una granizada, pero no una granizada cualquiera, una granizada que está buenísima con un poco de helado que nos metieron allí.
Llegamos a la Piazza Colonna y allí tomamos un aperitivillo para poder continuar con la visita. Caminamos hasta la Villa Borghesse con la única intención de entrar en su museo, al cual no pudimos entrar el primer día. Una caminata de una hora a 40 grados para ver 2 esculturas, eso sí, merece la pena. Entramos en el museo tras 15 minutos, ya que era por turnos. El museo es pequeño y hace fresquito. Sólo estábamos interesados en ver Apolo y Dafne de Bernini, pero una vez dentro casi nos impresionó más el Rapto de Proserpina, y ambas han pasado a encabezar el top ten de nuestras esculturas favoritas. Al salir nos tiramos en el césped tras empaparnos en la fuente, y reflexionamos un rato sobre el viaje. 25 días por Europa con montañas, playas, frío, sol, inglesas pijas, tortellinis a la Split, chistes acerca de Divaca, souvenirs, marmotas, tras los pasos del baloncesto perdido, cerveza con mosto y aduanas.
Lo mejor del viaje: Suiza y los Balcanes. El primero por sus paisajes increíble y porque me gusta más una montaña que a una cabra; y Eslovenia y Croacia por la amabilidad de sus gentes, lo barato de su comida y sus playa y bosques. De Italia nos llevamos mejor impresión de la que esperaba, sobre todo de los italianos, mucho menos chulos y listillos de lo que creíamos. Budapest con el tiempo nos ha gustado más, aunque en algún momento estuviésemos deseando salir de aquella ciudad. Aquí si que no podemos decir que nos encontrásemos gente amable. Y ahora, 7 meses después, parece que haya pasado toda una vida desde aquel viaje aunque 25 días después de coger el primer tren parece que haya pasado una vida desde que salí de casa.
Al día siguiente volvimos a casa en un cómodo Ryanair que en 2 horas y media nos dejó en Santiago.
Circo Máximo
Arco de Constantino
Coliseo
Panteón
Villa Borghesse
Un amigo que hicimos en el camping
Las mascotas del viaje: Luigi y Ljubljanico