Bueno, aquí os dejo el siguiente capítulo, a ver si le voy dando vidilla a esto!
Día 7 de septiembre de 2009El día comenzó con un gran madrugón; a las 4 am ya estábamos en pie para recogerlo todo y salir hacia el aeropuerto. Media hora después estábamos en recepción para hacer el check out y reunirnos los 4. Cuando llegaron Fani y Adrián cogimos nuestro equipaje y salimos a buscar un taxi. Era de noche y la calle estaba muerta aún, apenas había unas pocas personas y un par de taxis en ella. Intentamos que nos llevase uno con taxímetro, pero se negó, y nos pedía un precio mucho más alto de lo que sabíamos que costaba (luego decía que “nos lo dejaba” en 600 bahts, el muy pillo), así que pasamos de él y buscamos a otro, que tras una breve negociación accedió a llevarnos al aeropuerto por 400 bahts.
A esas horas no había apenas tráfico, seguro que sin taxímetro hubiera sido bastante más barato, pero los taxistas cuando ven que no les compensa se niegan a utilizarlo, y o lo tomas o lo dejas. Tras una rápida carrera sin incidentes, llegamos al aeropuerto.
Nuestro vuelo salía a las 7:15 del aeropuerto de Suvarnabhumi; volaríamos con Air Asia, una low cost que opera en el sudeste asiático y tiene vuelos bastante baratos a muchos destinos de la zona. Nos había costado 1750 bahts a cada uno (unos 38 € más o menos), más otros 100 (poco más de 2 €) por elegir asiento y llevar una pieza de equipaje de hasta 15 kg. Llegamos al aeropuerto con tiempo de sobra, facturamos las cosas y fuimos a buscar una oficina de correos para enviar una postal. Estaba al fondo de todo, y justo al lado había un pequeño “supermercado” con mogollón de cosas! Fani y Adrián decidieron ir pasando los controles, y Migui y yo nos quedamos allí. Compramos un montón de historias para desayunar y comer algo durante el viaje: bollos rellenos estilo japonés, leche con chocolate (leche de verdad!!!! Lo que se llega a echar de menos en el sudeste asiático...), unas patatas fritas Lays con sabor a marisco que estaban muy buenas y un par de cosas más. Tenían también una máquina de agua para poder preparar café, té y noodles en el momento.
Nos sentamos a comer en unas sillas contiguas y dimos buena cuenta de nuestro desayuno. Como no sabíamos a qué hora podríamos comer en Yangon, había que alimentarse bien. Estaba todo bueno, y los bollos japoneses estilo Doraemon eran muy curiosos, nunca había comido otros parecidos a esos, pero molaban (además de chocolate, los había también de otros sabores, como una especie de pasta de habas de soja).
Desayunando un bollo japonés
Lays de marisco, ñam!
Cuando acabamos aún faltaba algo más de una hora para que saliera el avión, y fuimos a pasar los controles. Una vez más, había que pasar primero el de inmigración, donde te hacen una foto y anotan la salida en tu pasaporte. Luego nos dirigimos a la puerta de embarque, donde ya estaban Fani y Adrián, y al poco rato subimos al avión. Momentos después sobrevolábamos Bangkok y su gran río, y la ciudad empezó a hacerse más pequeña bajo nosotros, hasta que la dejamos atrás. Aprovechamos el vuelo para descansar un poco y mirar la guía de Myanmar; antes de que nos diéramos cuenta ya estábamos llegando. Había nubes fuera, pero al rato empezó a haber claros, y tuvimos nuestra primera visión del país, muy verde, rural y poco poblado, con campos inundados (suponemos que arrozales), salpicado aquí y allá por pequeñas pagodas doradas y atravesado por grandes ríos. Me encantó desde el primer instante, pero aún no sabía que se convertiría en uno de mis países favoritos
Bangkok visto desde el cielo
Llegando a Myanmar
Aterrizamos con media hora de adelanto sobre la hora prevista, a las 7:30 (8:30 hora tailandesa), en la parte internacional del aeropuerto de Yangon (nada que ver con la nacional, como veréis más adelante). En la pista vimos nuestro primer avión de Myanma Airways, la compañía estatal (que no se debe utilizar por dos motivos: la seguridad, y minimizar la pasta que va a la junta militar). Poco después desembarcamos, y un antiguo autobús japonés nos llevó a una terminal muy adornada.
El aeropuerto internacional de Yangon
El vuelo no iba muy lleno, y los equipajes salieron pronto. Recogimos nuestras cosas, y fuimos a pasar el control de inmigración. Migui y yo llevábamos el visado hecho de casa, y el trámite fue muy rápido: examinaron los pasaportes, nos hicieron cubrir un papel y pasamos. Fani y Adrián habían contratado una visa on arrival con una agencia local, y pensábamos que también tardarían poquito. Mientras les esperábamos cogimos un carrito para las mochilas, y localizamos al chico del Ocean Pearl Inn, nuestro albergue, que venía a buscarnos. Aprovechamos también para ir al baño, y me fijé en que las limpiadoras llevaban tanaka en la cara; era la primera vez que la veíamos!
Esperamos una media hora; el chico del albergue se impacientaba, y nos preguntaba si era seguro que vendrían, porque al parecer era raro que tardasen tanto. Por fin aparecieron con su visado hecho, y pudimos marcharnos.
Al salir nos esperaba la furgoneta del Ocean Pearl Inn, con una curiosa pegatina en la puerta que prohibía subir con armas de fuego. El trayecto hasta el que sería nuestro alojamiento nos llevó unos 45 minutos, y fuimos recorriendo distintas calles de la ciudad, viendo a los monjes pidiendo la limosna matutina, los destartalados autobuses atestados de gente, trabajadores que ponían cemento y asfalto con las manos, mucha gente con la cara pintada con tanaka, etc. Pasamos también junto a una de las entradas de la Shwedagon pagoda, impresionante...
Prohibido subir con tu kalashnikov de bolsillo!
Autobús público
Vendedora con tanaka dando limosna a un monje
Por fin, llegamos al hostel; nos dieron las llaves de nuestras habitaciones y subimos. El sitio no está mal, aunque los hay mejores; pero era el único que podíamos reservar directamente a través de hostelworld (esto hace unos meses, ahora ya no aparece ningún alojamiento del país
). Dejamos las mochilas, hicimos el check in, y descansamos un momentito antes de volver a salir a las calles de Yangon. Preguntamos si era posible cambiar dinero, y se podía en el hotel (a un tipo bastante malo), pero el mercado Bogyoke Aung San, al ser lunes, estaba cerrado. Bueno, intentaríamos apañarnos con dólares. Fani y Adrián necesitaban intentar encontrar un hotel donde pudiesen sacar pasta, porque lo que llevaban no les llegaría para toda la estancia. Desgraciadamente, no hay ni un cajero automático en todo el país, y nosotros llevábamos la pasta demasiado justa como para poder compartirla, así que habría que buscar.
Echamos a andar hacia el centro, y enseguida vimos que caminar por las aceras de Yangon era toda una odisea a veces: están todas medio reventadas, rotas, con agujeros, embarradas... hay que tener cuidado y mirar siempre por dónde se pisa. Las casas y edificios no estaban menos destartalados que las aceras; muchos de ellos eran viejos, con la pintura desconchada y las fachadas descuidadas, y daban una sensación de decadencia. Había edificios coloniales que en su momento debieron ser lugares lujosos que acogían a familias opulentas, pero ese tiempo ya había pasado. Sin embargo, la ciudad nos encantó porque estaba llena de vida
Allí casi todas las tiendas son puestecillos en la calle, y puedes encontrar prácticamente de todo, desde pececitos de colores a libros o teléfonos públicos (nos llamaron muchísimo la atención!).
Yangon
Puestos callejeros de comida
Caminando, llegamos a la Sule Paya, una de las pagodas más curiosas de Yangon, que está en medio de una rotonda. Desde allí, en teoría, salía una calle hacia un hotel de categoría alta, donde quizá los chicos pudieran conseguir dinero. Nosotros les esperamos junto a los jardines de Mahabandoola, una zona verde bastante grande en medio del caos de la ciudad. Al cabo de una media hora regresaron, sin éxito, y decidimos visitar la pagoda, muy venerada porque en ella se guarda un pelo de Buda.
Vendedores de plátanos junto a los jardines de Mahabandoola
Cruzamos por donde pudimos y llegamos a una de las entradas. Nos hicieron descalzarnos, y querían cobrarnos por meter las sandalias en una bolsa; dijimos que las llevaríamos en la mano; al fin y al cabo ya nos cobran mucho más que a los habitantes del país en todos los monumentos. Al llegar arriba nos cobraron la entrada (2 $ cada uno) y empezamos a visitar la pagoda, recorriéndola en el sentido de las agujas del reloj. Una de las cosas que me gustan de Myanmar es que es raro encontrarte con extranjeros, salvo en algunas zonas; no hay mucha gente que viaje por libre, y eso hace más especial la experiencia, porque estás mucho más en contacto con la población local que en la mayoría de los demás países. En la Sule Paya estábamos sólo nosotros y la gente que rezaba, hacía negocios (sí, en el mismo templo!) o simplemente pasaba el día allí.
Es una pagoda bastante curiosa, con una forma octogonal en la base que continúa hasta lo alto de la estupa central, rodeada de pequeñas tiendas y capillas donde trabajan astrólogos y adivinos que leen la mano. Por primera vez, vimos en las capillas los círculos de lucecitas de colores que ponen detrás de las cabezas de los budas, algo que se repetiría después en todo el país. Toda la pagoda está decorada con motivos muy trabajados en color dorado, y el conjunto es muy chulo. Dimos un par de vueltas mientras la gente hacía sus ofrendas, y luego salimos directamente por un paso elevado que cruzaba la calle. Fuimos a preguntar de nuevo por el dinero a un par de sitios más, pero nada. Al final Fani consiguió cambiar algunos dólares a kyats, pero no hubo manera de obtener más dólares o euros
La Sule Paya
Flipamos al verla por dentro!
Gente en la Sule Paya
Después, como empezábamos a tener un poco de hambre, fuimos a buscar un sitio donde comer. Preguntamos primero en el Okinawa Guest House, en el cual antes había un restaurante japonés bueno, pero nos dijeron que ya no existía, y nos recomendaron otro de comida china donde se comía muy bien, el Golden Duck, en Strand Rd.
Yendo hacia allí empezó a llover al estilo birmano, con enormes gotas de agua que en dos minutos te empapaban. Apuramos el paso, y en nada llegamos. El sitio estaba muy bien, limpio, y la comida tenía una pintaza increíble... Pedimos un par de platos, que resultaron ser dos grandes bandejas. Fani y Adrián pidieron unos noodles chinos con gambas, y nosotros otros al estilo de Malasia. Estaba todo muy bueno, aunque los nuestros picaban una barbaridad!
Acabamos llenísimos, y aún así nos sobró bastante comida. Pedimos la cuenta (8.100 k. en total, 1,5 € por cabeza) y nos fuimos caminando hacia otro hotel donde nos habían dicho que quizá se pudiera sacar dinero. De camino nos empezó a llover de nuevo, y nos refugiamos como pudimos junto a la pared de un edificio. Una señora se puso a hablar con nosotros, y nos estuvo dando consejos para conseguir los dólares. Si no encontrábamos de otro modo, ella conocía a una mujer que vivía junto al lago Inya, que quizá pudiera ayudarnos. Qué amable es la gente de Myanmar, me encantan! Cuando escampó un poco continuamos andando. Yo iba flipando con pequeñas cosas que había leído en Crónicas birmanas, de Guy Delisle, como los “timbres” de las casas, que consisten en unos cordeles colgados desde las ventanas, de los que tiras para avisar de que estás en la puerta
A pesar de la lluvia, la gente seguía haciendo su vida normal, y los puestos callejeros continuaban llenos de actividad.
Qué comida más rica!!!
Aunque no lo parezca, eso es un timbre!
Vida en la calle
Tras caminar un poco más, pasando el puente sobre las vías del tren, llegamos al hotel que nos habían dicho, el Grand Plaza Park Royal. Nuevo intento infructuoso... aunque en la guía ponía que antes se podía sacar dinero allí. La mujer que nos atendió nos dijo que ahora el único hotel donde se podría conseguir era el Sedona, junto al lago Inya (cerca de la casa de Aung San Suu Kyi). Total, que pillamos un taxi y tiramos hacia allí. Cuando llegamos, por fin, les dejaron sacar dinero, aunque con una comisión un tanto exagerada (creo que de un 15% más o menos). Pero no era ilimitada la cantidad, sino que había un tope diario que el hotel podía facilitar. Si llegabas y ya se había agotado el cupo, no te daban nada. Les dieron una parte, pero no suficiente, así que tendrían que volver al día siguiente.
Lugareños caminando sobre las vías del tren
Yangon
Dejamos el Sedona y cogimos un taxi para ir a los jardines de Kandawgyi, en el lago del mismo nombre (significa “lago real”). Cuando llegamos tuvimos que pagar la entrada, y el taxi nos dejó cerca de una especie de gran barco dorado, el Karaweik, decorado en estilo clásico birmano, que hay en medio del lago del parque. Se supone que representa a garuda, el pájaro en el que montaba el dios Vishnú.
Ya pasaba ampliamente de las 15:00, y poco nos había dado tiempo a hacer... lo peor era que el sol se ponía a las 17:00. Intentamos visitar el barco, pero nos lo impidieron, dentro hay un restaurante y sólo se podía entrar con reserva. Vaya!
El Karaweik
Jardines de Kandawgyi
Ya que no podíamos entrar, dimos un pequeño paseo hasta una zona desde la que se veía muy bien el barco. Nos quisieron cobrar pasta por hacer fotos en el parque, y dijimos que entonces no las haríamos, con toda la picaresca del mundo
Hacía mucho calor, y decidimos parar un momento en unas terracitas junto al lago, donde probamos la famosa cerveza Tiger (en Myanmar hay varios tipos de cerveza, básicamente Tiger, Mandalay y Myanmar; esta última no se debe consumir, porque es estatal y los beneficios van íntegramente al gobierno militar). Tras un ratito de descanso pagamos (5.000 k. los 4) y regresamos a la entrada. La Shwedagon Paya no estaba lejos, y preguntamos al guardián por el camino a seguir... pero nos dijo justo el contrario! Fuimos bordeando el lago, y tras mucho caminar llegamos, por fin, a la pagoda más famosa y sagrada de Myanmar, en la que se conservan 8 pelos y un trozo de tela de Buda. Luego, mirando un mapa, vi que habíamos caminado más o menos el triple de lo necesario!
El Karaweik desde la terracita
Detalle de los pájaros dorados que adornan el barco
Tomando algo
Un edificio de la ONU, de camino a la pagoda
En esta zona algunos edificios estaban muy hechos trizas...
Llegamos a la entrada, nos quitamos los zapatos y empezamos a subir. Aquí ni te dejaban ya llevar los zapatos en la mano, de modo que mis sandalias fueron a parar a una mochila, y pillamos una bolsa para las de Migui. La pagoda está en lo alto de una colina, y hay que subir un montón de escaleras por uno de los 4 amplios corredores que llegan hasta arriba. Eran casi las 17:00, y el sol empezaba a caer en el horizonte. Nos apresuramos a subir, y al cabo de unos minutos estábamos en la amplia plataforma de arriba, en cuyo centro está la gran estupa, rodeada por otros edificios y estructuras menores. Nada más llegar nos hicieron pagar 5 $ a cada uno por entrar.
La Shwedagon Paya, por fin!!
Subiendo...
Había bastantes birmanos rezando o visitando la pagoda, y en las pequeñas capillas los budas con lucecitas de colores contemplaban inmóviles las oraciones de sus fieles. Alrededor de la estupa central, de 98 m., había otras más pequeñas, como una especie de torrecitas doradas terminadas en una estructura de la que colgaban pequeñas campanas que sonaban con la brisa. Todo estaba decorado principalmente en blanco y dorado, era precioso. En el siglo XV una reina birmana decidió donar su peso en oro para contribuir a recubrir la estupa con finas láminas de ese metal, y desde entonces la tradición ha continuado: toda la estupa central está recubierta de una gruesa capa de oro, y la gente sigue añadiendo más.
Migui y yo ante la estupa central
Estupas menores
Gran frase de Migui: "No sé qué pintan esos relojes de cocina al lado de unos budas"
Lástima que quedase ya poca luz, porque el lugar era impresionante; creo que se necesitarían horas para ver en detalle el recinto. Empezó a llover un poco, y al ir descalzos sobre la piedra pulida había que tener muchísimo cuidado para no pegar un gran resbalón y acabar en el suelo. Por suerte, no nos caímos ninguno. Dimos un paseo por la plataforma, echando un vistazo a las capillas. Había una toda recubierta de cristales de espejo que me gustó especialmente. Ya era de noche, y habían encendido unas luces que iluminaban la estupa central. Era tan bonita...
Al rato decidimos ir tirando, porque con la luz que había poco más podíamos visitar, y se seguía resbalando bastante.
Capilla con buda y lucecitas de colores
La pagoda iluminada
Capilla recubierta de pequeños cristales que brillaban
Cuando salimos de la Shwedagon Paya era ya noche cerrada, con la dificultad añadida de que en Yangon no hay apenas alumbrado nocturno! La pagoda no está lejos del centro y se puede ir caminando, pero en esas condiciones era un poco chungo, la poca luz que hay viene de los coches que pasan. Recorrimos un buen trecho por las precarias aceras, tropezando a veces en la oscuridad, hasta que llegamos a un pequeño lago en el recinto del parque, donde había un restaurante con las mesas en un camino de madera sobre el agua. Ya eran casi las 19:00, y como íbamos a tener que cenar en algún sitio, nos quedamos allí. Nos sentamos en una mesa semi iluminada por unos farolillos (no se veía ni torta xDD), y pedimos unos cuantos platos. La cena no estuvo mal, aunque nos salió mucho más cara que la comida (aún así, no llegó a 3 € por cabeza).
Para que os hagáis una idea de la luz que había...
Cuando terminamos les pedimos que nos llamasen un taxi, y regresamos al hostel. Quedamos al día siguiente a las 7 para desayunar e ir a ver alguna cosa por la ciudad, y nos fuimos a cama. En la habitación hacía mucho calor, pero poniendo el aire acondicionado se estaba más o menos bien. Conectamos los aparatos de ultrasonido repelentes de insectos (por si acaso), y a dormir!
Hasta aquí nuestro primer día en Myanmar! espero que os haya gustado. En breve, el siguiente capítulo:
Yangon-Mandalay